Eso no es amor… Es explotación.

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Señoras y señores (si es que queda alguno por ahí), siéntense, relájense y disfruten, porque este blog a pesar de todas las malas expectativas ha renacido de sus cenizas cual fénix (o qué pensabais, ¿que el título le llegó de casualidad?). Y qué mejor manera de celebrarlo que comenzar con una serie de posts sobre el tema más universal y manido de todos los tiempos: el AMOR, o más bien, con cosas que nos creemos que son amor… Pero no.

Digo comenzar por ponerme épica, pero en realidad hace unos meses os hablé de uno de los disfraces más comunes del amor, la simple y pura desesperación, cuando tus furores internos te llevan a ver a cada elemento con el que te cruzas como el futuro padre de tus hijos. Y sí, esto es muy común, pero la desesperación no es lo único que erróneamente interpretamos como amor. Lo confundimos con muchas otras cosas: tedio, protección, adoración, pasión y… algo de lo que me he dado cuenta hoy mismo… Explotación. Me explico.

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Yo solía decir antes que ganaba enteros estando soltera, que cuando terminaban las épocas de lamerme las heridas pasadas relucía como una moneda nueva. Me volvía (o me sentía) una persona más interesante, llena de vida, con un enorme mundo interior que compartir. Y estaréis pensando «pues qué tristeza de relaciones ha tenido esta mujer para acabar siempre sintiéndose venida a menos». Pues un poco sí, la verdad. Pero me acabo de dar cuenta de que a lo mejor la culpa no era (ni es) de ellos, sino meramente mía.

Lo que tiene el amor es que es un tema tan efectivamente manido que nos ha llegado demasiada información sobre él antes incluso de entenderlo. Nos han hecho creer que el amor es darlo todo por una persona, vivir por y para ella, pensar siempre en sus intereses por encima de los tuyos. Pues bien amigas y amigos, yo no estoy tan de acuerdo con eso. La interdependencia, la necesidad de sentir a esa persona especial a tu lado, de ayudarla y apoyarla está muy bien sí, pero no de manera continua. No puedes pretender estar continuamente pendiente de alguien, demostrarle incansablemente tus sentimientos, intentar siempre llevar vuestra relación a la cúspide más alta para no dejarla caer ni tan siquiera un instante. Por dos razones tan frustrantes como básicas:

  1. Porque no dejas espacio a que el otro intente hacer lo mismo por ti.
  2. Porque aun así esperas que lo haga.

No puedes pretender que tu felicidad dependa exclusivamente de una persona, porque esa es una carga gigantesca que nadie está (ni debería estar) dispuesto a asumir. Tu pareja es una persona, no un barco salvavidas. Y precisamente me acabo de dar cuenta de que por esto yo decía aquello de que soltera ganaba enteros. Porque creo que una de mis mayores virtudes es ser capaz de extraer algo especial y bonito de casi todo, de construir mi felicidad en base a lo más mundano y rutinario. Hasta que de repente alguien irrumpe en mi vida, y lo hace con tal fuerza, que termino por pretender que toda esa felicidad que antes extraía del mundo a mi alrededor, de mis amigos, de mi familia, de mis viajes, de los libros, del arte, de los paseos; ahora provenga exclusivamente de esa persona. Y no, por muy bueno que sea (que lo es) el hombre en concreto, no da para tanto. Pero es que ni él ni nadie.

Y es que pensémoslo al revés. ¿Te imaginas a alguien pendiente 24 horas al día de tu bienestar, de tus gestos, de tus reacciones? ¿Alguien que quiere compartir contigo absolutamente TODOS y cada uno de los aspectos de su vida? ¿Alguien que quiere recordarte a cada puto minuto del día lo mucho que te quiere? ¿En serio no os da agobio solo de pensarlo? 

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Y, sinceramente, si no te da agobio tú no necesitas una pareja, necesitas una sombra.

A veces me siento como una especie de exhibicionista sentimental. Intento enseñarlo todo, darlo todo, a cada momento, sin dejarme nada para mí. Y por eso cuando vuelvo a quedarme sola me siento tan desvalida. Porque regalé todos los aspectos de mi vida, porque quise compartir absolutamente todo mi mundo, sin dejar una mijina para mi intimidad, o para otros. No puedes focalizar toda tu vida en una persona, ni encima pedirle que haga lo mismo por ti, porque eso no es amar a alguien, es explotarlo, exprimirle todo su jugo y de paso también el tuyo, hasta que te das cuenta, ya demasiado tarde, de que no queda más que sacar. 

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